«Allí abajo, en la misma apacible Segovia, el santico fray Juan de la Cruz decía que el hombre vale tanto, que sólo Dios es digno de un pensamiento suyo. Pero también los otros hombres son dignos hasta de nuestra vida entera. Y, porque don Antonio Machado supo comprenderlo y vivirlo tan profundamente me parece que todo se haga y se diga en su memoria, que no sea repetir su gesto de entrega y desnudez, es poner un cristal frágil en una ventana, algo hueco y mortuorio como el sonido lúgubre de los zapatos en el entarimado de la vieja pensión segoviana de la calle de los Desamparados» (Un cristiano en rebeldía, 1963).