«Eran [historias] terribles y nos desconcertaban; en realidad no sabíamos a qué atenernos, pero ese dar vueltas nos daba conocimiento de lo que podía ser un hombre, y nosotros mismos. Pero nada de psicologías ni psicoanálisis de los que no teníamos ni idea, naturalmente; sólo lo que nos parecía a nosotros (...) [A Eurípides] es quizás al que más he leído, simplemente; y a veces no hay razones para esto: se trata de un cierto parentesco y compañía simplemente. Eurípides tiene un menor énfasis teatral, una mayor naturalidad. Los personajes son más contradictorios y libres, y están menos marcados por la fatalidad. Pero ¿cómo podría prescindirse del Edipo rey de Sófocles, por ejemplo?» ("El aroma del vaso", 2010).