«El mundo de la literatura barroca -no así el de la pintura, desde luego -me interesa menos, o nada en absoluto. Incluso me fastidia bastante. No me gusta lo teatral ni retorcido, ni los guisos fuertes, ni los brochazos gruesos, ni los conceptismos. Pero hay excepciones, naturalmente. Y a Góngora le perdono todos sus laberintos. Yo creo que los hace para ocultar bien las hermosísimas formulaciones poéticas que logra. O para fastidiar a los listos, que tampoco está nada mal» ("El aroma del vaso", 2010).