«[Shakeaspeare] diríamos que está en el otro extremo que Racine, que no se permite ninguna relucencia. Cuando muchacho, que estaba comenzando a escribir, se permitió muchas, pero él fue "un enfant de Port-Royal", le dijeron que de esos ‘italianismos' nada, y aprendió la lección, y es admirable cómo logra conmovernos en sus tragedias, sin una concesión retórica» ("El aroma del vaso", 2010).