Complicidades
Es difícil hablar de la sabiduría de Jiménez Lozano por varias razones. En primer lugar, porque son tales sus conocimientos, lecturas y reflexiones, que se necesitarían muchas horas de estudio para poder llegar a adentrarnos en el mundo imaginario en que habita el autor. En segundo lugar, porque las lecturas y la convivencia con los muertos -«que a los vivos hablan despiertos»- es tan intensa y tan personal, que resultaría inadecuado establecer un frío elenco de filósofos, escritores, pintores, artistas y sabios anónimos. Su mundo de ideas y de relaciones intelectuales proviene de pasiones que han calado en su razonar y querer; algunas veces lo han hecho coherentemente; otras, enfrentándose entre sí, y en otras ocasiones como respondiendo a un juego infantil en el que se engrandecen unas virtudes y se silencian otras. Es una sabiduría muy personalizada, suponiendo que haya alguna que no lo sea, un diálogo constante con los maestros; el autor entra en el mundo de los grandes cuando quiere, son su amigos y por eso están con él como en zapatillas, como si él los hiciese acudir a su sala para charlar: su pensamiento y mundo imaginario se nutre de esas conversaciones. En tercer lugar, el estudio de la historia de España y de Occidente es comprensivo, no sólo erudito. Es decir, la erudición está al servicio de una mayor comprensión de quiénes somos y de qué ha sucedido para que se produzcan los diferentes movimientos de la historia, con la firme convicción de que las fuerzas que mueven la historia son las mismas que mueven el corazón del hombre. Esta reflexión crítica y sistemática sobre las relaciones entre deseos, traiciones, necesidades, ambiciones, fatigas personales de los movimientos del alma humana y la historia, hace de él un sabio. Su saber es subversivo porque el conocimiento del pasado le permite una mirada más aguda sobre el presente.
Señalo las ideas fuerza que nos permitan un acercamiento para entender su subversión respecto a la cultura actual; la tradición a la que se siente pertenecer y por qué; cómo el centro de esta cercanía con sus precursores descansa en las palabras tratadas con naturalidad y sencillez porque son las que nombran, y con temblor, porque son el bien más preciado que recibimos de nuestros mayores; y, finalmente, las lecturas, esa familia espiritual y cómplice con la que está en conversación continua.
Empecemos con lo que Jiménez Lozano considera el quid de la cultura. Siendo esta afirmación aparentemente elemental, creo que es punto de partida y elemento base para poder ir profundizando en ella: «Todo el quid de la cuestión de la cultura y del mundo del espíritu -incluido naturalmente el universo del conocimiento científico- es un asunto de grandes amistades» (El narrador y sus historias, 2003). Son las amistades de la adolescencia que, a medida que van madurando, se convierten en una trama, en un juego de preguntas y respuestas que los reúne; forman el suelo del que se alimenta el escritor y desde el que puede tender a nuevas formas. Estas amistades llegan y van ocupando su lugar en el tapiz, su puesto, su relevancia y su conveniencia en el alma del escritor. Así, en el posterior análisis de los textos veremos cómo personajes de la historia -el Inquisidor Gaspar Quiroga y Vela, Pilato, etc.-, pensadores -Baruch de Spinoza o Hegel-, etc. aparecen como un personaje más en las historias de creación, tal es la fuerza presencial que adquieren. El autor nos confiesa también cómo la implicación con ellas no es una elección en el vacío, sino resultado de la fascinación ante lo que ofrecen: "Y de ahí en adelante, de la adolescencia podría decir (...) que esas grandes amistades se hicieron una verdadera trama para cuajar luego en parentescos y en complicidades. ¿Por afinidades electivas, que decía Goethe? No lo sé. Pero creo que las aventuras espirituales son, más bien, fascinaciones y secuestros" (El narrador y sus historias, 2003).
Son esas amistades que, hasta hace bien poco, se llamaban tradición, esos padres y madres que nos han precedido en el tiempo. En otro texto, el escritor describe la cadena de estos hombres hasta llegar a los orígenes: «el hombre lleva unos cuantos miles de años escribiendo, tratando de apresar un trozo de vida, de sorprender el lado de atrás de la realidad, de nombrar la belleza del mundo, de guardar la mención del amor, la alegría y la pasión y muerte de los hombres, y que yo estoy en la cadena de los de ese oficio para añadir una palabra muy pequeñita, pero que sea verdadera y diga todo eso, deje traslucir toda esa hermosura (...) Miro simplemente a los griegos y las historias de la Biblia, y me digo: ésta es el agua clara que me gusta» (El narrador y sus historias, 2003).