Historias de hombre
La segunda tercera de ABC que José Jiménez Lozano publica se titula «¿Qué pensará un mono?». Aparece el 6 de agosto de 1993 y en ella analiza las razones del triunfo de los culebrones y los seriales. Llega a una conclusión: su éxito depende de la necesidad de humanidad del espectador y de la indestructible pasión por lo humano. No tiene reparos en afirmar que también Los hermanos Karamazov fueron un gran culebrón, «sólo que bien contado y comprometiendo en el asunto al mundo entero: y al trasmundo». Pero al mismo tiempo lamenta que esos esbozos de humanidad aparezcan sin ningún sentido estético y jugando burdamente con los sentimientos más primarios. Evidentemente el título es irónico -si no trágico- porque si ya hemos renunciado a la belleza, salvación del mundo, y a que la humanidad sea algo más que los sentimientos más primarios, tal vez reaccionemos ante el arte como los monos. Pero más allá de estas ironías, Jiménez Lozano tiene una tozuda esperanza en la necesidad de que las historias sean de hombre y despierten a los hombres, casi tan profundamente como en la pertinencia de una «renovación de lo bello».
La renovación de lo bello, necesaria para que esos retazos de hombre tengan un lugar digno, pasa por buscar una casa, un lugar donde puedan habitar las historias de hombre y los acontecimientos que protagonizan o de los que participan. Jiménez Lozano imagina la búsqueda de Cervantes de una estancia, de la casa que muy probablemente no tuvo («No era seguro siquiera que el señor Miguel de Cervantes tuviese una estancia para sí mismo, siendo tan estrecha la vivienda y viviendo él allí con cinco mujeres, sus deudos, y vecinos», "Palabras y baratijas", 2003). Y que se pasó la vida buscando: «Toda la vida debió de estar buscando tal estancia. Es decir, lugar para estar y escribir, que fuese de condición apartadiza y con silencio, desde el que no se oyeran voces ni ruidos desacompasados, y en el que todo no fuera un entrar y salir» ("Palabras y baratijas", 2003). Él, que no tuvo casa, sin embargo: «del ánima hizo casa bien segura, y desde ella respondía, y responde siempre» ("Palabras y baratijas", 2003). Así, la historia -en su forma breve de cuento- es sinónimo del espacio necesario para que esos hombres lo habiten. Es también la escritura como el frágil continente de la cosa más preciada, la memoria de hombre. Por eso la narración es comparable también a «una vasija preciosísima y muy frágil entre las manos» ("Sobre este oficio de escribir", 1996), o como la criada que lleva «una figura de cristal admirablemente tallada: la memoria del hombre, lo más precioso del mundo, los rostros y la vida de los hombres» ("Sobre este oficio de escribir", 1996). Como también es un manto de púrpura que teje Penélope, «que si teje púrpura, es para esos seres de desgracia de los que habló S. Weil y sólo pueden ser servidos, como ella misma dijo, por genios de primera fila, y por ningún talento, la forma más baja de la inteligencia, la más comprable y vendible, el escabel de los poderosos y su gloria» ("Sobre este oficio de escribir", 1996).
La renovación de lo bello adquiere diferentes formas metafóricas. Puede ser una estancia: la que deseó y construyó Cervantes, tanto como la que «Virginia Woolf y Teresa de Ávila querían para ser» ("Palabras y baratijas", 2003). Puede ser también una vasija preciosa, una sencilla criadita o un manto de púrpura... Lo que importa es que lo que lleven dentro sea «el ánima y sus pasiones», y la «singularidad de cada vida y de su destino». Hasta tal punto buscó Cervantes (término de referencia constante en su obra y más en este discurso que cito) esa morada digna para los pedazos de hombre, que consiguió al final de su vida construir ese «castillo de cristal del Persiles, tallado como un diamante oscuro» en el que se conjugan «todos los sueños y enigmas de los hombres; una callada armonía de voces y decires, historias de mil vidas que, al decirse, implican otras vidas, y otros tiempos, y todos los anhelos del vivir desviviéndose» ("Palabras y baratijas", 2003).
