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Un pintor de Alejandría (2010)

«Decirse ha primero la ciudad, patria y linaje, ventura, desgracia y fortuna, su modo, manera y conversación, su trato, plática y fin, porque solamente gozará de este retrato quien todo lo leyere».
(Francisco Delicado, La Lozana Andaluza)
 

"Juicio Final" - Gabriel Albiac

La belleza es sagrada. O es el Dios en las cosas. Oculto y paradójico. José Jiménez Lozano no ha escrito jamás de otro asunto. Eso hace, de cada libro suyo, teología. Ya sea en novela o cuentos, ensayo o poesía, el absoluto acecha tras lo mínimo.

Sus ochenta años los celebra Encuentros, con la edición primorosa de un relato que quintaesencia su teología estética. Un pintor de Alejandría escribe nada. O sea, todo. El tiempo suspendido de las cosas, en cuya visión hay el más hondo consuelo, el único. A ese escribir en el despojamiento, en la ascética, Jiménez Lozano lo llamó alguna vez santidad. Es un buen nombre: designa lo imposible, y sólo lo imposible merece ser escrito.

El relato lo fecha la indefinida edad -"muchísimos años"- de una viejecita que dice tener tantos cuantos hace que cayó Constantinopla, "así que echen ustedes la cuenta". Sucede en un pueblo de Castilla, en torno a una iglesia cuyas pinturas es deseo de los feligreses restaurar. Los feligreses tienen nombres extraordinarios, que dan razón de un solaparse lo cristiano y lo judío que teje la red de ensoñaciones del párroco don Absalón y el viajero Juan de Salinas a la busca de un pintor para el Juicio Final que consuele de esos malos tiempos en los cuales un arriero que pasa avisa de noticias que vienen de Zaragoza: "malas son, porque allí queman por pensares". Y a ese mal Día del Juicio que es cada día del mundo, Absalón y Juan oponen el bello Día del Juicio con el cual Teón, el más grande pintor de Alejandría, hará de la pequeña iglesia cobijo de lo bello amenazado.

Viaje, búsqueda, fervor y piedad del artista. Hasta que llega el día, ese día como una Gloria, en el cual la obra borra, por un instante, a quien la mira los pesares. "Y lo que sucedía era que quien había visto las pinturas de Teón de Alejandría ya era feliz" y podía "sentirse a gusto en la vida y en la muerte". Y es, con exactitud, lo que sucede a quien se pierde en la escritura de José Jiménez Lozano.

Gabriel Albiac 

19 de junio de 2010

 

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