Poética

 

Si las cosas son así, la exclusión del yo que reclama Jiménez Lozano es la de un yo solo, la de un yo centro del universo y vuelto sobre sí mismo, la de un yo que ha renunciado a dejar paso a otros. Me parece espléndida la página de El narrador y sus historias en la que reconoce el peso de su educación para haber podido mantenerse leal a su vocación sin dejarse llevar por los «demonios del escritor». Es un regalo la escritura y es un regalo vivir esta poética de la alteridad: «No era Atenas precisamente el mundo intelectual y espiritual de mis años jóvenes, pero no era un desierto (...) Tuve la suerte de una educación formalmente rígida pero totalmente libre y crítica (...) De modo que me educaron en la búsqueda de lo que no se veía y era diferente (...) [que] los edificios se levantaban sobre sólidos cimientos, y por abajo. Y quien pensaba, pensase lo que pensase, era mi más profundo próximo, y el primer deber de la cultura era entregar lo que se me había dado a quien todavía no lo tuviese. Venía de una tradición cristiana, abierta y absolutamente tolerante, y nunca me ha costado el mínimo esfuerzo respirar, y a fondo, el aire de otras tradiciones, sino que, al contrario, he necesitado y necesito respirarlo. De manera que nunca he encontrado otros que me sean extraños, y desde que comencé a entender estas cosas, también comencé a sentirme, ahora sí, extraño a esa como incapacidad hispánica para la diferencia» (El narrador y sus historias, 2003).
En esta cita que extrañamente se refiere a la experiencia personal, que en tantas ocasiones guarda celosamente, se ve espléndidamente por qué se ha mantenido esta vocación de alteridad, única posibilidad de la verdadera emergencia del yo.

[GA]

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