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Ensayos

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Las llagas y los colores del mundo. Conversaciones literarias con José Jiménez Lozano (2011)

Una nota sobre este libro

La idea de poner por escrito algunas de mis conversaciones con José Jiménez Lozano, y hacerlo con alguna sistematicidad, se formó en varios encuentros con el autor. El del día 24 de junio de 2010 fue el que acabó convenciéndome de la necesidad de hacerlo. Ese día el escritor vino a Madrid a presentar su novela Un pintor de Alejandría, publicada con motivo de su ochenta cumpleaños. Comimos juntos en el restaurante Edelweiss, a las espaldas del Congreso de los Diputados y detrás de la casa en la que vivió su muy querido «Azorín». A Jiménez Lozano le gusta volver al Edelweiss. Lo frecuentó siendo opositor en Madrid y recordó cómo algunos de los señores que entraban o salían del Casón de la carrera de San Jerónimo les invitaban a él y a sus amigos a café; lo hacían porque «sabían que escribíamos y éramos algo poetas». Fue después del codillo cuando don José me dijo: «Están muy bien esas cosas que dice sobre la belleza en mi libro, ¿cree que son así?». Al principio casi me ofendí, parecía poner en cuestión mi tarea. Como crítica literaria, lo que hago es señalar la belleza de una experiencia bien contada cuando la veo transparentarse en una historia, y en Un pintor de Alejandría esto sucede como en pocas obras. A modo de protesta, le balbuceé que en sus obras yo podía reconocer una intensidad y verdad mayores que en algunas de «Azorín». Pero tras mi primera reacción me di cuenta de que su pregunta iba más allá. Me hacía participe de su honradez como escritor, de su estima por los lectores, a los que se les debe procurar la belleza o hacer sentir su ausencia,  todo lo demás son mercaderías. «Por eso -se lo dije también- cuando leo a Cervantes me lleno de contento, y otro tanto me pasa con sus historias». Creo que, como el Cervantes del prólogo del Persiles, que aborrece de los regocijos, de las glorias mundanas y de las baratijas, y prefiere andar el camino en compañía amistosa esperando recuperar esa amistad en la otra vida, Jiménez Lozano se preocupa de que su obra sea verdadera, y así acompañe a los lectores para siempre.

La segunda razón que me llevó a proponerle el escritor este libro fueron las muy jugosas charlas que habíamos mantenido en Alcazarén, en Madrid, en Valladolid e incluso a través de la red, a la que él llama el «veredero». A través de ellas me di cuenta de la riqueza de un escritor que a fuerza de cortar y recortar, de amar la precisión y la parquedad, de aborrecer lo superfluo y los adornos, obliga a reconocer la esencialidad, al mismo tiempo que densidad, de sus palabras. Quería poner de manifiesto esa fuerza escondida y poderosa que Jiménez Lozano muestra siempre de perfil y casi sin que se note la mano de un escritor recio y tierno al mismo tiempo.

Desde que lo conocí han ido cayendo muchos de los parapetos y etiquetas que se han levantado delante del escritor y que lo han hecho y hacen infranqueable para muchos. Primero el de un deliberado silenciamiento: no sólo para los lectores comunes, sino para el mundo de la crítica. No son pocas las obras de referencia dedicadas a la literatura española contemporánea donde no aparece ni su nombre, cosa sorprendente cuando su presencia literaria comienza en 1971 y hoy sigue publicando con mayor maestría y vitalidad que en aquellos años. Como ha dicho ya algunos de sus críticos, la buscada marginalidad a la que se le ha condenado responde a razones extraliterarias. Aunque su grandeza literaria no se puede oscurecer -ha recibido los premios literarios más importantes de nuestra lengua-, sus obras se ofrecen a secretas y calladas lecturas.

Otro de los parapetos que es necesario remover es el de la idea gastada y cansina, de que se trata de un escritor «castellano», donde el apelativo se traduce casi inmediatamente por la dedicación a esos pueblos y esos hombres que ya a nadie interesan. Los dramas de Jiménez Lozano reflejan las nuevas piedades de Antígona las tristes injusticias contra Spinoza, las profecías de Dostoievski o las ferocidades de los predicadores de Flannery O'Connor, por poner varios ejemplos, tanto como la negrura de un pensamiento de una mujer de Castilla o de un amor imposible entre un cristiano y una judía, o del drama de un emigrante de la Europa del Este en la España actual, por no hablar de la voz singular de un jubilado rememorando la Guerra Civil española en La salamandra. Y no los cito porque sean trasuntos de sus historias, sino porque con estos personajes y escritores ha pasado el autor muchas horas de conversación, cosa que se nota. También nos ha hecho descubrir y amar otros mundos: Los perfumes de Mesopotamia, los dramas de Jutlandia, las blancas estepas rusas, las frías casas de la Inquisición, el fulgor de una plaza de Alejandría, la vecindad de la Palestina del siglo primero o la irreductible Port-Royal en Francia. Por no hablar de su personal manera de volver sobre la historia -memoria passionis- como si fuese un asunto de antes de ayer, cuyo conocimiento nos hace más hombres.

 

Ahora bien, no ha cesado ahí el oscurecimiento del escritor. También se le ha etiquetado de «católico» como marca para alejar a muchos de su obra, sólo porque ha osado decir que la belleza que no atiende al Misterio deja de serlo, o porque desde su fe ha criticado aquella que se reduce a defensa de la casta. Él, irónicamente, no ha dejado de repetir la frase de Mauriac: «No hay escritores católicos. ¡Si lo sabré yo, que soy uno de ellos!».

Para otros es jansenista, etiqueta que se acuñó durante la dictadura. Fue entonces cuando se le denominó «miembro único» de este supuesto partido. Así se le podía alejar de otros lectores, mientras pesaba sobre él el estigma de lo heterodoxo o de lo raro, suficientes motivos para abstenerse de leer su obras.

Jiménez Lozano es sin lugar a dudas un outsider una figura que tiene no pocos y espléndidos precedentes en la historia literaria. Su soledad le ha llevado al encuentro de estos poderosos mundos imaginarios. Sin prestar demasiada atención a los chismes de corte, permanece a la escucha, sigue atento a esas historias de hombre que, ésas sí, son su compañía. Pero sería incompleto decir que es un autor fuera del coro, porque esa soledad le ha permitido ir tejiendo su singular obra literaria que lo hace diferente en el panorama de la literatura española contemporánea. Es una figura única de nuestra literatura más reciente. No se parece a nada de lo que se ha escrito en las últimas décadas y se resiste a otras etiquetas que maneja la crítica. ¿Es realista, es simbólico, es acrónico, es fabulador, es bíblico...? De todas escapa y todos estos términos deberían ser matizados y explicados, revisitados a la luz de cada una de sus obras. Su voz única o, por mejor decir, la multiplicidad de sus voces, sorprende en cada publicación: las intensas paradojas de sus cuentos, la fuerza apabullante de sus historias, el carácter fabulístico de sus mundos no parece que en su variedad sean frutos de la misma mano. Y es singular porque el castellano que descubre del gran legado de la tradición de nuestra lengua crea un cosmos nuevo. Es como si las palabras del siglo XVI hubiesen viajado por tantas latitudes y entrado en tantos corazones que, de repente, llegan a los pliegues del misterio de la condición humana. Siempre a través de historias de hombre.

Historias que, como se verá en estas conversaciones, se le han presentado como «otras» pero nunca huérfanas; el escritor se ha implicado con ellas y ha sufrido con sus heridas y dolores: con los totalitarismos del siglo XX, la Inquisición, la crisis religiosa europea del XIX, la pérdida de una cultura de siglos, el culto a lo feo, etc. Cosa que también se nota. Al mismo tiempo, a través de sus figuras ha mirado y remirado tanto los colores del mundo, que nos los devuelve, en su variedad y riqueza de matices, como desde la primera vez que fueron vistos. De este modo nos hace añorar la visión del principio del mundo. Para Jiménez Lozano hay una cosa clara, su tarea es sólo una: contar historias que muestres las llagas y los colores del mundo. Por estas y otras razones merece la pena entrar en los mundos levantados por Jiménez Lozano. Estas páginas son un intento de hacerlo de su mano.

Guadalupe Arbona Abascal
Madrid, 16 de julio de 2011 

 

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