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Los cuadernos de Rembrandt (2010)

«Naturalmente, fui a revisitar a los amigos pintores del XVII, y a la casa de Rembrandt, en la que apenas si podía darse un paso, y tuvimos que esperar un poco a que clarease el personal. Algo que se llama "la cultura" tiene hoy prestigio popular, porque me parece que no tiene Rembrandt muchos "italianismos" -como decía Monsieur de Barcos, segundo abad de Saint-Cyran, para referirse a la fascinante belleza del Quattrocento, del Renacimiento italiano y a las desmesuras de su barroco- como para ser un tal reclamo para las gentes. Para las gentes, acostumbradas al cine y a la televisión, estos mismos desnudos femeninos de Rembrandt tienen que ser un desencanto. La famosa marca de la liga en el muslo de Betsabé, que dice que aquella carne no es de diosa, sino de mujer con el pecado original a cuestas, debe de resultar casi un caprichoso insulto a la belleza de la mujer pintada. Pero también debió de parecerlo en aquel tiempo a los acostumbrados a los desnudos católicos y de Rubens. Y podría decirse que Rubens, él solito, se hizo la Contrarreforma. Porque cierto es que Reforma y Contrarreforma vistieron a Europa de negro, pero hay mucho que matizar en medio de esta afirmación, y la afirmación del mundo como hermosura y del sabor de los alimentos terrestres fueron adjudicados al paganismo papista, y declarados católicos como de los filetes decía Chesterton provocadoramente. Y, desde luego, podían amontonarse calaveras, que por cierto también se revestían de telas y piedras preciosas, o exhibirse torturas infernales o de Purgatorio en el arte devoto, pero las ánimas son mujeres rubensianas la mayor parte de las veces, de lo que los librepensadores, que entonces como ahora actuaban de moralistas y puritanos, se escandalizaban muchísimo» (Los cuadernos de Rembrandt, 2010).

 

“Retratos desde lejos” - Gabriel Albiac. Publicado en la Revista Leer en diciembre de 2010. 

"Cuando una civilización se desmorona, se desmorona toda... No puedes seleccionar en una riada". Es la fórmula con la cual el protagonista de un relato de Louis Auchinclos da cuenta de ese fin del mundo -o de un mundo- que es la Revolución Francesa. Para, a través de ella, reflexionar sobre lo que a todos nos desasosiega hoy en España, esta constancia diaria de que todo se escurre entre nuestros dedos como un inasible puñado de arena. La certeza de no tener ni la más remota idea de lo que viene luego de este deshacerse todo. Salvo, tal vez, la barbarie. Que es lo que acaba por venir siempre en una historia de hombres.

Todo visto por José Jiménez Lozano como desde muy lejos. Esto es, desde muy hondo. Desde esa geografía interior de un pueblo de Castilla, al cual llega todo como amortiguado, despojado de las solemnes retóricas, de las solemnes estupideces que hoy lo envuelven todo. Y, así, multiplicado en su gravedad. El día a día más nimio es trocado en esta obra en metafísica -y aun en teología- cuando el que mira sabe que no hay momento en el cual no nos hable misteriosamente el todo.

"Mirando durante cierto tiempo el jardín por la ventana estrecha del pasillo con marco, es como si viera pintar la tarde, hacer correcciones, cambiar la luz, la tonalidad de los colores; y, ya cerca del final, como si estuviera echando el pan de oro para pintar al fin un icono. Pero rápidamente luego queda todo envuelto por la noche y, vista la estancia desde el jardín, lo que se ve en el interior iluminado de esa ventana es una estancia holandesa del siglo XVII, y, como la temperatura de la noche es alta, es muy agradable contemplar el nuevo cuadro".

El mundo como una sucesión de cuadros holandeses del siglo XVII. Su belleza austera, hecha de mínimos matices de luz. Eso es la obra de Jiménez Lozano. En sus relatos como en sus cristalinos poemas. En la prolongada serie de sus cuadernos de anotación diaria. Esos que ha ido publicando desde Los tres cuadernos rojos del año 1985, y cuya última entrega son estos Cuadernos de Rembrandt, que dan cuenta -seleccionada, anota el autor- de los diarios que van entre 2005 y 2008: uno de los períodos más extraños de la España en la cual hemos vivido.

¿De qué van esas notas, tomadas en la intimidad de un pueblo de Castilla en el cual poca cosa parece suceder, y desde el cual, sin embargo, ve Jiménez Lozano cómo sucede todo? Del desmoronamiento, sin duda. Personal y colectivo. Que es siempre narrado por el maestro de Alcazarén con un sosiego en el cual brilla siempre la verdadera chispa de lo trágico. No están fechadas más que por años. Pero no es difícil poner mes, semana, día a lo que dicen. Si fuera necesario. No lo es, porque esto que dicen ha accedido, en su horror, a una cierta dimensión intemporal: la que el mal, igual que el bien, tiene como atributo propio. Dicen esto, por ejemplo:

"Se están abriendo fosas comunes del tiempo de la guerra civil española de 1936-1939 -aunque solamente de uno de los lados combatientes-, y un juez erigido en Juez de Vivos y Muertos como Raadamante se presenta como haciendo una justicia escatológica e histórica a la vez, un Juicio Último inmanente, pero que dividiría a los tiempos. Y ésta es una terrible actitud de hybris o desafío a los dioses, ciertamente. Los griegos sentirían terror, y con toda la razón del mundo, el terror de una nueva peste de Tebas, que es la del cainismo en España, que así, hurgando entre las tumbas, se está sembrando. Más valdría que maceráramos en nuestro corazón toda huella de odio, y nos avergonzáramos de nosotros mismos, porque ya es tiempo de que esta nuestra España se libere, de una vez por todas, de memorias y castas malditas, ‘de los hunos y los otros', como escribía tan doloridamente don Miguel de Unamuno. Nunca hubo dos Españas, sólo hubo tiempo una sola, triste y desgarrada España".

Triste, desgarrada y, sin embargo, bella. Basta dejar que una mañana de niebla se nos cuele por los ojos, olvidados de la siniestrez diaria que nos impone el periódico o la radio. E irrumpe entonces este pequeño paraíso con el que, indiferente, nos obsequia el mundo a quienes no lo merecemos. Es preciso, eso sí, saber verlo. Con el ojo entrenado de un oficiante de la consagración terrena:

"Este invierno, las nieblas han sido muy tardías y han llegado a primeros de año, mientras que en los últimos inviernos aparecieron en la primera mitad de diciembre y cesaron en vísperas de Navidad. En enero ya son raras. Por otra parte, parecen también menos espesas, y se ve a través de ellas como a través de un visillo de una ventana; ofrecen dibujos inciertos y difuminados de lo que miramos. Y estos dibujos son admirables".

Pero nadie se admira. O casi nadie. Como nadie, o casi nadie, se horroriza ante lo monstruoso cotidiano que ha ido tomando la máscara infranqueable de la "corrección política", único pilar de nuestra sociedad muerta. Y, junto a la belleza de los árboles cuyas "hojas van amarilleando y cayendo muy lentamente, como si los árboles se resistieran a su despojamiento".

 

Y, sobre ese telón de fondo con el cual la belleza consuela a sus espectadores, pasan demasiadas cosas.

Pasa que "desde el punto de vista político el universo entero está al cabo de la calle de que Europa ya no es nada y cada día cuenta menos, pero es mucho más triste tener que hablar de esta Europa desde el punto de vista cultural, porque Europa hace ya mucho que vendió su alma, y tiene en venta en otros mercadillos hasta las tablas del almario donde tuvo su alma. Sus prohombres de la inteligencia, las artes y las letras conforman una tribu de subastadores y farsantes de antiguallas o modernidades; tanto da".

Pasa que la indiferencia ante la muerte nos corroe, o más bien nos corroyó ya el alma. Ni nos damos cuenta. Hablamos con un lenguaje castrado, inane, repulsivo, moralmente repulsivo. "Tratamientos sedantes en una clínica de Leganés, que son aplicados precisamente cuando están contraindicados, según dicen algunos médicos, y equivalen entonces a la muerte, decidida por quienes los aplican. ¡Ojalá que no sean así las cosas!, pero el aspecto que presentan es el de la muerte en la Granja por falta ya de rentabilidad, por vejez, enfermedad, etc. Y el higienismo hitleriano, con locuciones siniestras como la muerte digna, me parece que, si recibe una unción democrática del Parlamento, puede convertirse muy pronto en Alto Progreso o Derecho Inalienable del Estado, un nuevo nombre para el crimen".

Así, sobre el fondo de lo más bello, la luz asombrosa que la ventana abierta al campo de Castilla acota, el espanto se recorta, más frío, más intolerable que nunca. Eso somos. Vivimos en un mundo -a veces bello- de asesinos.

Gabriel Albiac (Revista Leer, diciembre de 2010)

 

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