27-02-2018/El Norte de Castilla (libros) - VICTORIA M. NIÑO
Ni novela ni ensayo al uso, 'Maestro Huidobro' (1999) fue una fábula 'naïf', sin ataduras de tiempo, espacio o verosimilitud, y su segunda entrega, 'Memorias de un escribidor' (Confluencias) transita esa estela. José Jiménez Lozano afronta la literatura como un juego, como un espacio de libertad -«yo quiero libertad, no tolerancia que es un invento reciente y significa sorportar al otro»- en el que encontrarse con sus amigos, en el que es posible que una ballena nade en el Zapardiel o un revisor de tren -a menudo sus vagones llegan a lugares sin estación- conozca con precisión los viajes de Teresa. Fuera de su mundo, ese juego es una expresión social más y a diseccionarla dedica buena parte de estas 'memorias', con su punto de pimienta. El Premio Cervantes que dirigió este diario sigue enamorado de la historia del periodismo, «hubo unos años que fuimos casi libres», y lamenta la imposición de la corrección política, la pérdida del matiz y la ironía en la expresión pública. Con dos diarios sobre la mesa, la actualidad se cuela entre sus libros y él la torea con brío: «¿El Brexit? Es muy fácil explicarlo, ocurrió cuando los ganaderos ingleses dejaron de vender corderos».
-¿La socarronería y la ironía es el único digestivo para esbozar una pincelada de la «pluralidad de España», del tronío de los apóstoles de Freud, de la obesidad de los 'best-sellers' o del negocio cultural?
-El señor escribidor se toma con su poco de sal a sí mismo y eso es exactamente lo que hace con el gallinero del mundo. La ironía trata de provocar una sonrisa simplemente, es un ejercicio respiratorio del escribidor para estarse tranquilo.
-El escribidor anhela una cédula de escritor. Esa búsqueda le sirve para desplegar su visión del mundo literario lleno de tropas, escribas, fariseos. ¿Ha cambiado algo ese corral?
-Las cosas han sido siempre así más o menos. Piense usted por ejemplo en el Arcipreste de Hita cuando decía que el dinero «de rudos labradores hace grandes doctores», o también el dicho popular con que las gentes despedían a un estudiante: «¡Suerte has de tener que de saber no es menester!,» que al fin y al cabo era una traducción amable de aquello tan crudo de Tácito de que «a corromper y a ser corrompidos llamamos mundo». Esto ya es muy serio, pero esos son asuntos de la realidad social y política de cada día, y no suelen resolverse en ironías, y hasta en los asuntos más sin importancia, se pierden con facilidad los estribos y hay muchos Savonarolas y Catones ante los más inocentes tejemanejes. Y mucho peligro en hablar y en callar, pero más en hablar, porque cualquiera puede molestarse. Algunos amigos extranjeros que conocen bien España dicen que va quedando poco del encanto y la superioridad vital, moral y de alegría de ella. Y tienen razón.
-A la importancia de los medios, se ha unido la de las redes sociales. ¿Son una extensión del tradicional cotilleo?
-Oigo hablar de las redes sociales como en el siglo XVI se oía hablar de los turcos, me pillan lejos, pero, por lo que leo y oigo, pienso que ese asunto puede acabar muy mal. Por lo que me dicen es mundo de muchas bajezas, venganzas, violencia, y lucha política. Aunque también está la otra cara, por lo visto, pero la multitud de los sin escrúpulos gana siempre. Hemos pasado de la obsecenidad en la puerta del baño público a escribirlo para una multitud que lo lee y se lo cree.
-Hay una narración casi berlangiana de cómo vender los libros de su escribidor con recomendación de transgresión «sexual o política». A pesar de no levantar la voz en ninguno de esos asuntos, logró usted la 'cédula alcalaina'. Méritos literarios aparte, ¿cómo se explican los premio?
-Comencemos por reconocer que todo el mundo sabe por dónde van las cosas del gran público, que más o menos es por el novelón como es lógico, y los ha habido que estaban muy bien. Yo me refiero al canon de la crítica que fue el que impuso lo que en los sesenta y setenta lo que se llamó el freudo-marxismo, como se decía entonces como una reposición de los años treinta de Weimar, en todo el ámbito de la literatura y el arte, aunque muy rebajado de calidad y aquí sigue. Ellos fueron los que hablaron de represiones y transgresiones, texturas, simbolizaciones y esas cosas.
No se sabe por qué le dan a uno un premio. Esto es un don y no un concurso de méritos. Como decía Melville de la fama, es un equívoco, un resultado imprevisible entre una «conjura» de gentes no necesariamente amigos y otra gente partidaria de otros. Y si quedan en tablas, pues están los diálogos, o se acude a una moneda como ocurrió en un caso en el que yo mismo era jurado y otro jurado pidió que se le admitiese recabar el juicio de la moneda. Pero el caso es que estos potajes o divertidas maniobras son inevitables, y no veo que se haya juicio moral sobre ellas.
-¿Cómo sin «estar en el potaje» tiene tan buenas fuentes del mismo?
-Este potaje tampoco tiene una elaboración tan oculta como para no percatarse de él. Lo malo es cuando hay política por parte de los más poderosos de los que lo hacen, y no sale les sale bien. Entonces son como Júpiter contrariado y tonante. No he estado nunca en los potajes, sino como un garbanzo más, como la inmensa mayoría, pero conozco a alguno de los potajeros mayores, y son gente normal, seguramente con poder y éste se ejerce como cada uno sabe o puede. Como decía don Miguel Unamuno, el poder de cualquier clase no funciona de manera distinta que como lo hacía funcionar el alcalde de Béjar que se dormía en las sesiones y se despertaba en vez en cuando por si tenía que enderazar a alguien. En el libro he tratado de mirar la realidad irónicamente, como enseña el señor Cervantes.
-¿Fue, como su escribidor, cordelero en esta ciudad?
-El escribidor, según dice, no fue sino dependiente de un cordelero de pueblo grande que tenía una tienda universal, como muchas eran antes, cuando también había enciclopedias que también tenían de todo, y yo creo que sin unas y sin otras vamos muy mal. Pero es una opinión. El caso es que en la cordelería había libros.
-¿De Ovidio a los 'best-sellers', de los estudios clásicos a los manuales de autoayuda, qué futuro le queda al libro?
-Obviamente, los grandes negocios coincidían con los camaradas en que alguien que tenía una educación intelectual había que reeducarle para que fuera productivo. Y en Occidente el modelo es, ahora, el nihilismo, que es decir que nada es nada y nada significa nada; pero lo que pasa es que lo único que tenemos para entender el mundo y lo que sucede en el mundo, e incluso para el engaño y la maldad, por encima de las modas y supersticiones intelectuales, es la razón y la cultura recibida. Y la razón, como la belleza, está en los libros y en las conversaciones sobre los libros. Los camaradas se percataron de ello y en Occidente también. Lo tremendo es poner de nuevo en pie lo que hemos destruido con «lo Moderno» y a España llegaba la Modernidad más acá del 68 cuando ya hasta los números de los zapatos eran relativos y el profesor Lacan dijo a los estudiantes de París anduvieran cuidado no fuera que tuvieran un amo si seguían buscándole.
La moda del desprecio al libro como la de la figura humana en el arte ya sabemos por experiencia que va como heraldo de un poder que en la realidad tratará a los hombres como ahora sucede con los libros. El embrutecimiento puede estar a la esquina de la calle. No hay más que decir. Aunque puede recordarse que la realidad de una cultura verdadera no es mera información, y no puede comunicarse, tiene que estudiarse y rumiarse, y trabajosamente, durante años enteros.
-¿El colmo de un lector es ser atacado por sus libros?
-Naturalmente, había que desdramatizar un accidente doméstico ocurrido con libros y eché mano de ellos mismos. Pero lo cierto es que, si un libro no lleva a uno, siquiera un ratejo, al Paraíso; o, como decía Kafka, no le da un hachazo en la cabeza, es que no es un libro.
-Muchas son las mujeres de sus libros, sus lectoras y las académicas que se han interesado por su obra. ¿Qué le parece esta resurgimiento del feminismo tras las denuncias en cascada a un abusador en la meca del cine y su eco en Europa?
-No podemos llamar feminismo a una pura defensa de las personas de sexo femenino que el Derecho puede y debe garantizar totalmente y con las penas disuasorias adecuadas y necesarias en cada momento. Y, en cuanto al hecho de los abusos en este sentido, me gustaría que llegaran al público cuando los responsables estuvieran cumpliendo ya el castigo. Ya el año pasado, a los veinte años de ocurrido el hecho, Hollywood tuvo un ataque de remordimientos a cuenta de que en el película 'El último tango', prohibida en España y que bastantes señoritos españoles, y digamos que heroicos amantes de la libertad de expresión, en los años setenta, fueron a ver a París o a una de las ciudades francesas cerca de la frontera, y ahora se condena aquel hecho el hecho verdaderamente abominable de que el director de esa película, Bernard Bertolucci, y su protagonista Marlon Brando acordasen que la violación anal hecha en el filme fuera verdadera. Y su víctima, María Schneider, que en el momento del estreno en 1978 tenía 19 años, fue engañada, y murió en 2011, tras una larga enfermedad, y sintiéndose humillada, como denunció, por aquella «violación artística». Ya ve que maravillas tan geniales. Pero esto no es algo que se limpie con un 'Excusez moi!'. Es precisa una legalidad penal fuerte, que castigue y disuada e impida tales actos y su banalización. Y también es precisa, como decía Lacan, una cultura distinta la de la modernidad en la que todas las mujeres, vivas o muertas, desde La Sapétrière para acá han debido pasar por los tribunales obligados para recibir el diseño de una cierta manera de ser mujeres, y con frecuencia y, para más inri, a esa imposición se ha llamado feminismo a veces por parte de las mujeres, que no se percatan de su componente utilitarista y político.
-¿Les arrienda la ganancia a los señores de la RAE con las zozobras de sexismo y lengua?
-Desde Tucídides, la transformación de un lenguaje lleva consigo un propósito siniestro: ocultar y manipular; pero yo no sé si la RAE puede hacer algo al efecto. Parece más bien cosa política y social; esto es que la vida diaria se llamen a las cosas por su nombre, y no se sea idiota llamando «evento» a lo que pasa en la calle, como ya decía don Antonio Machado, pero sin poder imaginar la tecnificación y abstracción del lenguaje de hoy. Aunque vivo en un pueblo y todavía todo es español normal, y en varios años solo he oído decir «prioritario»una vez, y era algo que alguien le había contagiado.
-¿Cómo ve el futuro de Cataluña?
-Aquí se han roto los lazos con su Historia falseando ésta, y aquí ha valido todo, y sigue valiendo todo, en Cataluña y en el resto de España. Creo que hemos sido demasiado creativos, y Dios no permita que engrose más la factura que han producido los derroches y delirios de estos años. Un país es nación antes que su constitución, pues de qué manera iba a aplicarse si no. Los gobiernos están dando a entender otra cosa. No es un arreglo entre Madrid y Barcelona, españoles somos todos, pero parece que nos llevan a ser 'ciduadano español del PP', 'ciudadano español del PSOEprimero', 'del PSOE segundo'. Y en medio la comedia de un huido de la justicia al que no paramos de hacerle caso sin que el Cuerpo Diplomático español tenga nada que decir.