«Y entonces el niño Tom, Ojos Azules, y la cabra se pusieron a pensarlo, y al final dijeron que bueno, que bien, pero que no tenía que haber nadie en el reino, ni niño ni grande, que pasara hambre o frío, porque, si no no podía haber unicornios ni manzanas de oro, ni nada, sino sólo ceniza y mucha tristeza.
-¡De acuerdo! - contestó el rey. Y ellos dijeron, muy contentos:
-¡Pues, trato hecho!
Y así fueron el niño Tom, Ojos Azules, y el unicornio, haciendo estos tratos por el mundo». (Tom, Ojos Azules, 1995)