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Poética

 

Tras la pintura de este panorama desolador, ¿por dónde empezar? La sabiduría estaría muerta, no movería a seguirla ni a secundarla si solamente consistiese en una crítica y una denuncia. Este conocimiento superior -así es como define la sabiduría el DRAE- de sabor dulce, como dice su etimología, podría descansar entre las enciclopedias de saberes muertos, o incluso ser utilizada por el poder político, como pone de manifiesto ese magnífico cuento de La piel de los tomates titulado «Revivir los clásicos»; pero en ese caso no haría camino, ni dejaría huella y, sobre todo, no se abriría a la esperanza. Entonces, ¿cómo rescatar la esperanza, a la que Péguy describía como una niña frágil y pequeña? En algún pliegue debe ocultarse esta niña, porque el escritor es terriblemente lúcido e hiriente con su crítica, pero no es desesperado ni utópico. Jiménez Lozano mira su infancia y encuentra a aquellos hombres y mujeres que le enseñaron a mirar la vida y las historias que contenía; encuentra a los escritores de todos los tiempos que descubren historias en las que descansa el ánima, son sus cómplices; atiende a una tradición de diálogo y convivencia de su país (cf. "Palabras y baratijas", 2003); y se apega a las palabras porque ellas son las portadoras de la sabiduría, la antigua y la nueva. La sabiduría empieza, pues, en una tradición redescubierta personalmente -un legado popular, una historia, una lengua, unos escritores- pero no se detiene en ella. La tradición de la que viene -la cristiana, como se ha visto más arriba- es una invitación a una apertura incansable. Jiménez Lozano no renuncia a esta búsqueda de nuevas formas que se correspondan con los deseos y necesidades de un hombre que vive a la altura de sus exigencias y evidencias elementales, a las que solamente responde una cultura que no las censure. La esperanza consiste en dar a sus lectores esos trozos de vida redescubiertos en los pliegues de la realidad, ocultos las más de las veces en lo pequeño, encontrados como fragmento, presentes en la humillación. Se observa en los cuentos y novelas que ofrece, y también en las figuras de la historia que rescata, en las reflexiones y modos de pensar críticamente que pone sobre el tapete en el debate cultural y en la mirada tanto de los procesos artísticos y literarios como de las amistades por las que da la vida. Por eso su confianza en la literatura o en el poder de rescate de esos trozos de vida es completa: «La literatura no va a cambiar el mundo; lo que sucede es, sin embargo, que no sería literatura si, después de leída, se siguiera viendo el mundo como antes» ("Lectura privada de Miguel Delibes", en El autor y su obra: Miguel Delibes, 1993). Su esperanza está puesta en el cambio mayor, que no es el del mundo, sino el del sujeto, el de la forma mentis del lector, por eso especifica: «Y esto no sólo porque en la escritura hay una transfiguración estética de este mundo (...) sino también y sobre todo porque hay una puesta en cuestión ética de nuestra mirada y nuestro oído: vemos lo que no veíamos y oímos lo que no habíamos oído» ("Lectura privada de Miguel Delibes", 1993). Y sirve, dirá unos años más tarde, para «hacer presente la belleza» y poner freno a una cultura que se envilece: «tiene más importancia que nunca contar historias de hombre, hacer presente la belleza de la poesía y el arte. Esto no va a parar el desastre, aunque no poco dependería de cuántos hombres se mantuvieran en su humanidad con esas narraciones, poesía o pintura (...) mantiene al hombre en su humanidad, tiene ojos y oídos, y alma para la naturaleza» (Una estancia holandesa, 1998).

[GA]

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