Estás en: 

Poética

La lectura

La lectura 

«Leer no es una cuestión de gusto o afición, sino una necesidad verdadera» ("Caer en la cuenta de que hay libros"). Esta afirmación describe la experiencia del lector, pero parece, extrañamente, haberse oscurecido en nuestra cultura general. La confusión estriba en que, aparentemente, la lectura no pasa de ser una parte más del ocio, en la que se rescata el leer como acto de evasión, o como obligación para obtener un barniz o tono intelectual, o para instruirse o, en el peor de los casos, como afición retrógrada. Una cosa muy distinta es esta experiencia que se encierra en la frase anterior, la de la lectura entendida como necesidad. Una necesidad que solamente aparece desde la precariedad del hecho mismo de vivir nuestra concreta existencia: «esto es caer en la cuenta de que tenemos un ánima o unos adentros; es decir, una vida» (Ibíd.). Nos devuelve la mirada al núcleo de la vida, formado por esas evidencias y exigencias que nos constituyen originalmente, tanto o más que esa vida que tenemos -a la que estamos pegados, la que sufrimos y gozamos-. Pero esta vida es limitada: «queremos más vida, y vivir otras vidas, tener otros pensares y sentires, y esto es lo que encontramos en los libros, en los que otro ser humano, y, desde luego, los más altos espíritus de todos los tiempos, nos entregan lo mejor de ellos, admitiéndonos a su conversación» (Ibíd.).
La lectura es necesidad porque nos descubre que vivimos y quiénes somos, pero no cierra la necesidad que abre porque vuelve a manifestarse como revelación de cuán necesitados estamos de otras vidas. Y también es entretenimiento, como dijo en un coloquio celebrado el 17 de abril de 2008 en la Facultad de San Dámaso de Madrid: «P.- Muchos consideran que la literatura es una cuestión de entretenimiento, ¿está de acuerdo con esta concepción de la literatura? R.- Le diría que es la concepción racionalista y jesuítica, predominantes entre nosotros; esto es, la expresión de ideas de manera atrayente y bonita ‘para el vulgo'. Spinoza mismo diría que los profetas y otros libros poéticos o moralizantes de la Biblia expresaban para el pueblo lo que los filósofos decían en lenguaje especulativo. Pero, sin meternos en más dibujos, diré que no es que me desagrade del todo esta concepción de la literatura, porque según a lo que se llame entretenerse. La di-versión puede tener un sentido pascaliano, de huida, para no percatarse de lo trunco o tremendo de nuestra condición, pero también puede ser, como el juego, uno de los pocos espacios de la vida humana enseñoreados por la libertad y la gratuidad. Y, si llamamos divertido a aquello que nos trae alegría, no parece que esto sea un desvalor, ni siquiera desde el punto de vista literario. Y, naturalmente, la literatura puede ser  -es- también lo contrario de la di-versión en sentido pascaliano, porque la narración muestra vidas de hombres y nos permite vivirlas tanto en su gloria como en su desespero, pero vidas son. Lo que pasa es que se suele llamar divertimento a un desecho subcultural. Y esto es otro asunto» ("El aroma del vaso", 2010).
Por eso la lectura no es una forma de cultura, ni una obligación, ni algo útil, ni recomendable, ni siquiera algo conveniente, que lo es, sino una necesidad, la del hombre que «precisa del libro, como de respirar, para pensar y sentir, para esclarecer la realidad y el laberinto del mundo» (Libros, libreros y lectores, 2003). Pero, además, no se puede entender la vida si no es como sinónimo de descubrimiento y diálogo con otras vidas. Entonces sí se entiende la lectura como necesidad, porque despierta el interés por vivir otras vidas que no podemos recorrer en nuestros breves días. Jiménez Lozano entiende así la lectura como parte del vivir y del descubrimiento de otros horizontes. Como son muchos sus días con los libros, con extraños que se hacen conocidos, con lugares lejanos que se vuelven cercanos, con tiempos que ya se fueron, con rostros que no se podrán volver a ver, con hechos que se le aparecen como inéditos aún..., son innumerables los libros que se podrían consignar. Las lecturas de Jiménez Lozano son numerosas, pero las que consideraremos aquí no se refieren a la lista de los libros leídos de un determinado autor, ni a las influencias que se puedan rastrear en su obra, sino que señalaremos esa compañía de vidas que se ha encontrado mientras buscaba la vida, porque son las que más cabalmente respondían a esta necesidad: la de sentirse vivo y proporcionar la vida deseada.

 Página 1 de 4  siguiente >>